Sofía Hauffe
Egrasada. Promoción XXV
El colegio me brindó la oportunidad de descubrir el arte
y fue para mí una forma de drenar las emociones y abstraerme del entorno, y por ello estoy
sumamente agradecida
En
el momento en que se me solicitó escribir los aspectos importantes aprendidos
durante mi estadía en El Colegio Alemán se me presentó la mayor incógnita: ¿Qué
llevo conmigo de aquellos días? Curiosamente me percaté que en julio de este
año, mi Promoción, la XXV, cumple 9
años de graduados, y me di cuenta de que quizás las cosas no pasan por
casualidad, que era momento de mirar hacia atrás y ver el camino recorrido,
pero sobre todo de contemplar lo aprendido.
Estuve
en el colegio durante 13 años, entrando en kínder y fue quizás uno de los
mayores cambios. El salir del hogar a conocer a un montón de niños con costumbres
y conductas diferentes, eso desató en mí el deseo constante de comunicarme con
todos en todo momento; pero de inmediato comencé a conocer las normas y el respeto a estas.
Luego
el paso a la primaria, las normas y las reglas cambian, se intensifican. Aumentaron también las caras nuevas y los grandes
amigos. Sin embargo no todo fue color de rosa, estos tiempos a su vez fueron
días de despedidas dolorosas pero que dejan un grato recuerdo guardado en ese
lugar especial de la memoria; fue aprender a seguir adelante con la
cotidianidad y fortalecer la amistad con los que se quedan.
Durante
este tiempo el colegio me brindó la oportunidad de descubrir el arte y fue para
mí una forma de drenar las emociones y abstraerme del entorno; fue adentrarme
de una nueva manera en el mundo de la fantasía, y por ello estoy sumamente
agradecida.
A
su vez vivimos el choque de lo que fue para nosotros la atomización de la amistad,
nos separaron y mezclaron los grupos que tenían ya tiempo constituidos. Fue la
rabia de desconocer por qué era tan grave tener grandes amigos y hacerlo todo
en conjunto; no obstante aprendimos que debíamos adaptarnos a los nuevos
cambios, que no todo era tan malo, pues siempre había momentos que nos
ayudarían a seguir fortaleciendo los lazos que hasta la fecha siguen existiendo.
Llegó
el bachillerato y el tiempo en que todo cambió, sufrimos el rigor de la
adolescencia. En todos afloró el
espíritu de la rebeldía, el ignorar las normas y aplacar el carácter. Fue también
el tiempo en que la antipatía hormonal se apodera de los adolescentes y solo
los hábiles docentes del colegio fueron capaces de mostrarnos que siempre hay
una mejor manera de relacionarnos y que la tolerancia es la herramienta más
adecuada para la convivencia. Valor que sé que todos mis compañeros y yo adoptamos
para el resto de nuestras vidas.
El
paso por el colegio, dejó entonces en mí y considero que en mi grupo en
general, tres aspectos determinantes para nuestras vidas:
· Las normas
como la mejor manera de saber lo que se
nos está permitido en todos los círculos sociales y para la coexistencia.
·
La amistad
que nos une y que nos ha brindado soporte en los momentos difíciles como las
pérdidas; el apoyo incondicional, el consejo solidario o hasta la reprimenda y
la confrontación si es necesario.
·
La tolerancia
como la mejor manera de poder convivir en armonía con la sociedad y con nuestro
entono, siendo primordialmente tolerante con uno mismo; permitiéndonos ser
aceptados tal cual somos.
Sólo me resta decir Gracias.

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