Ivanna López
Egresada. Promoción 32
Las paredes del colegio, en vez de amurallarme o
comprimirme el pensamiento, hablaban y alentaban día a día mi espíritu para
convertirme en quien soy hoy día, más allá de su frontera.
La educación siempre ha
constituido una pieza clave en el todavía desordenado rompecabezas que es mi
vida. Sé que no suena muy “profesional” o confiable de mi parte que lo diga de
esta manera, pues soy consciente de que la mayoría de las personas supondría que
a estas alturas, y al haber pasado por la maravillosa institución que es el
Colegio Alemán de Maracaibo, ya debería de ser una mujer hecha y derecha con el
futuro asegurado, ¿no? Pues lamento enormemente si esta
confesión llega a decepcionarlos, pero el hecho es que la realidad me obliga a
ser honesta.
Si bien es cierto que el colegio es
algo así como un ensayo a gran escala de lo que supuestamente nos tiene
deparado el mundo exterior pasada la graduación, también se debe estar conscientes
de que no importa cuántas veces practiquemos y nos preparemos, las cosas
simplemente no suelen resultar como nos las imaginábamos y, como resultado,
quedamos estancados frente a un desenlace que la mayoría de las veces, por no
decir siempre, excluimos y tildamos de “imperfecto”. Ahora, ojo, no me
malinterpreten, lógicamente pienso y soy fiel creyente de que el conocimiento
es sumamente valioso y mientras más nos nutramos de su raíz, mejores serán los
frutos que recogeremos después. Sin embargo, lo que trato de explicar con este
punto, es que aún no se ha patentado una fórmula para conseguir el tan cotizado
“éxito” que diariamente nuestros padres buscan para nosotros. Sé que suena a
mala publicidad, pero créanme, que no importa cuán prestigiosa o costosa sea la
institución en la que uno elige inscribir a los hijos, los ceros en un cheque
no son equivalentes a garantía de éxito.
Sé que puedo llegar a sonar algo insolente
y fuera de lugar, pero esta necesidad por expresar mi sentir, no es un
sentimiento que pueda ser domado ni por el dogma más poderoso del universo y,
siéndoles sincera, sé que puedo darme la libertad de decir que “este” es un
hecho que todas y cada una de las personas que en esta institución trabajan
conocen a profundidad. Como sabemos, el espíritu de los estudiantes puede
llegar a ser rebelde y sumamente tenaz, pero estas son características muy
valiosas que nos distinguen y que el Colegio Alemán de Maracaibo sabe que no
debe, en modo alguno, apaciguar.
Entiendo que los padres, a veces,
cegados por el orgullo que sienten hacia sus hijos, tienden a perderse en un
mar de opiniones externas y llegan a confundirse al deliberar lo que realmente
es bueno para los hijos. Al igual que esa cotizada fórmula de la que les hablé
anteriormente, no existe una que te convierta en un padre perfecto, o por lo
menos, no de la noche a la mañana. La educación, o el colegio en este caso, no
debe ser jamás vista como una fábrica de niños perfectos, un matadero de sueños
o como un viñedo de ideales podridos. Creo que el objetivo principal de
nuestras instituciones escolares debe ser siempre el preservar, proteger y
sobre todo, estimular la mente y la tenacidad de la que los estudiantes gozamos
y que, estoy agradecida, nadie durante mi estadía en el Alemán trató de
ultrajar, más bien todo lo contrario, y es la razón por la cual hoy escribo
como escribo… sin remordimiento y sin maldad.
Debemos entender que la educación
no se trata de moldear o imponerse ante los ideales de un joven, sino más bien dar
a conocer y permitirle al estudiante indagar y descubrir su propia manera de
sobrellevar y percibir el mundo que le rodea y que le espera afuera de esas
cuatro paredes.
Recuerdo el haber caminado muchas
veces por los pasillos y los alrededores del Colegio Alemán de Maracaibo, y es
curioso pero, a pesar de que a simple vista se encuentra uno físicamente
rodeado por su estructura y sus paredes llenas de expresión y arte educativo, jamás
me sentí cohibida o nerviosa por formar parte de su contexto. Aquellas paredes
en vez de amurallarme o comprimirme el pensamiento, hablaban y alentaban día a
día mi espíritu para convertirme en quien soy hoy día, más allá de su frontera.
Espero estén orgullosas de quien
vieron crecer y jugar frente a ellas y no dudo que seguirán recibiendo las
visitas que yo les hacía cada mañana al despertarme para ir a clase. Hubo días
en los que me levanté de mal humor al pensar que tendría que parame temprano y verles
la cara a las mismas personas de siempre. Pero debo confesar que una sensación
agridulce siento exornar de mis manos mientras escribo estas palabras. Porque
ahora comprendo, son esas caras, eso ojos, esas palabras de sabia reprimenda
las que me ayudaron ser mejor y aun hoy resuenan con nostalgia en mi cabeza de
vez en cuando. Estaré siempre agradecida, pues fueron muchas las personas que
aquí, estuvieron dispuestas a salirse de la norma con tal de verlo a uno feliz
y satisfecho con el trabajo que habían realizado. Así que gracias por hacerme
sentir que soy suficiente y por enseñarme que el éxito si uno se lo propone, no
tiene que estar en un botellita a kilómetros de distancia, fuera de nuestro
alcance. “Él” se encuentra dentro de nosotros y solamente trabajando y creyendo
en uno mismo, seremos capaces de experimentarlo.

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